En tiempos en los que el celular se ha convertido en una extensión del cuerpo, especialmente para los más jóvenes, la escuela se enfrenta a un desafío urgente y complejo: ¿cómo abordar su uso dentro del aula sin resignar calidad educativa ni desconocer la realidad digital que rodea a los estudiantes?
La Asociación de Institutos de Enseñanza Privada de la Provincia de Buenos Aires (AIEPBA) lanzó una mirada crítica pero constructiva sobre este fenómeno, tras relevar cómo diferentes instituciones educativas están encarando el uso del celular en sus clases. El diagnóstico fue claro: hay una creciente preocupación por el acceso temprano, el uso irrestricto de los dispositivos y el impacto que esto tiene en la atención, el vínculo pedagógico y la convivencia escolar.
“El celular llega a las aulas como una prolongación del cuerpo. Lo vemos todos los días: chicos que no pueden sostener la atención, ni siquiera un diálogo cara a cara. No hay una única solución, pero sí un consenso: el tema no puede ser ignorado”, advirtió Martín Zurita, secretario ejecutivo de AIEPBA.
Según el informe Kids Online Argentina 2025, elaborado por UNICEF y UNESCO, el 95% de los chicos entre 9 y 17 años ya tiene su propio celular con acceso a internet, y el 88% se conecta a diario. La edad promedio para recibir el primer dispositivo es de apenas 9,6 años. Si bien muchos lo utilizan como herramienta de estudio, solo el 60% dice saber distinguir si una fuente de información es confiable.
Frente a este panorama, AIEPBA promueve espacios de intercambio entre escuelas para compartir experiencias y buenas prácticas. Y esas prácticas, aunque diversas, muestran un punto en común: la necesidad de regular sin demonizar, de incorporar la tecnología sin que esta devore la atención ni desdibuje el rol del docente.
Regulaciones que priorizan la atención plena
El Colegio Asunción de la Virgen, en Olivos, implementó una medida concreta: al ingresar al aula, los alumnos deben dejar sus celulares apagados en un box, y solo pueden utilizarlos cuando el docente lo autoriza con fines pedagógicos. Para señalizar estos momentos, se colocan carteles que indican: “Estamos usando la tecnología”. Según su directora, María Gimena Venditti, la medida fue bien recibida por las familias y los propios alumnos terminaron adaptándose con naturalidad.
En el Complejo Educativo Rubén Darío, de Villa Ballester, también se aplicó una normativa clara: el celular se utiliza únicamente cuando el docente lo indica. “No se trata de una sanción, sino de una invitación a construir otro tipo de presencia”, afirmó Tamara Iuso, vicedirectora del nivel secundario. La medida, explicó, ayudó a mejorar el clima escolar y a reducir la ansiedad digital.
Integración pedagógica con responsabilidad
Otras instituciones, como el Instituto Avellaneda, optaron por una estrategia más flexible, que deja en manos de cada docente la modalidad de uso del celular. “Algunos prefieren que los dispositivos estén guardados, otros los permiten en determinados momentos. Lo importante es que haya claridad en las normas”, explicó Sandra Fernández, directora del nivel secundario y profesora de informática. Desde allí también se trabaja en la concientización sobre los riesgos del uso de la imagen digital y se prohíbe el uso de redes sociales o la grabación de compañeros y docentes.
“Creemos que prohibir no es la solución. La clave está en formar a los estudiantes en un uso responsable y respetuoso”, subrayó Fernández.
Una mirada equilibrada
En definitiva, las experiencias recogidas por AIEPBA muestran un mapa heterogéneo, sin fórmulas mágicas, pero con un objetivo compartido: lograr un aula conectada con el presente, pero no sometida a las notificaciones. Un aula donde la tecnología sea una herramienta y no una distracción.
“El uso irrestricto del celular interrumpe el acto pedagógico”, concluyó Iuso. La frase resume una preocupación cada vez más extendida en las escuelas: cómo garantizar que el aprendizaje no se diluya entre pantallas, sin desconocer que el mundo digital ya es parte inseparable del entorno educativo. Y en esa tensión, se abre el verdadero desafío: educar también en el uso del celular.
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